martes, 20 de octubre de 2009

22. DICE DE SÍ MISMO QUE ES UNA NUEVA PERSONA





Tenemos dos hijos, uno de quince años y otro de doce. Es el niño mayor, Danel quien desde muy pequeño empezó a tener problemas de conducta y más adelante también dificultades en la escuela y en el instituto. Cuando el niño tenía cuatro años empezó a leer el sólo y mostraba interés por todo lo que le rodeaba, era un niño alegre, extrovertido, aunque nosotros veíamos que era diferente al resto y los profesores también lo notaban.


Cuando tenía seis años, una profesora nos recomendó que le hiciéramos un examen psicológico porque intuía que el niño podría ser superdotado y fue la psicóloga del centro la que, después de someterle a varios análisis, nos confirmó la sospecha de la profesora. Nos dieron el diagnóstico, pero nadie nos dijo cómo teníamos que actuar, qué hacer o a quién acudir, simplemente que lo dejáramos estar y que en el futuro eso sería beneficioso para el niño y para nosotros.


En vez de sentirnos aliviados, nos ocurrió todo lo contrario, porque el niño seguía teniendo problemas de conducta y también dificultades en los estudios: no atendía a las explicaciones del profesor, era crítico con todos los profesores que tenía e incluso tenía problemas de aprendizaje y notas muy por debajo de lo esperado teniendo en cuenta su capacidad intelectual. Años después nos cambiamos de lugar de residencia y la situación era la misma.


Con doce años, otra profesora nos aconsejó que debíamos hacer un nuevo análisis psicológico para, o bien confirmar lo que ya sabíamos, o para ver otras posibles causas de tal comportamiento y bajos rendimientos. El diagnóstico fue el mismo que el anterior y nos dijeron que era bastante habitual que niños con capacidades altas tuvieran problemas en el colegio porque se aburren. Otra vez más sentimos el mismo desasosiego: sabíamos cuál era el problema, pero nadie nos ofrecía ninguna solución.


Hasta los doce años, el niño fue superando los cursos con notas bajas, pero no se podía decir que había fracaso escolar. Pero cuando llegó al instituto, sus notas cada vez eran más bajas, su actitud más pasiva y estaba ausente en todas las clases. Nosotros pensamos que la mejor solución era que el niño tuviera clases de refuerzo en matemáticas e inglés para que mejoraran sus calificaciones, pero cuanto más refuerzo tenía, peores eran los resultados. Después de repetir curso dos veces, estábamos desesperados, casi a punto de tirar la toalla porque pensábamos que realmente el niño no podía ser tan inteligente como nos habían confirmado, sino todo lo contrario. Siempre piensas que es un vago, un pasota que no tiene interés por los estudios y que va al instituto porque le obligan. Al mismo tiempo notábamos que se interesaba por otras cosas, que leía libros para adultos y que se interesaba por ellos, que se dejaba el alma perfeccionando sus dibujos, etc. Nosotros estábamos hechos un lío. Yo albergaba la esperanza de que con los años, cuando pasara la adolescencia cambiaría y demostraría que era capaz, pero era eso, sólo una esperanza y yo no quería que perdiera más el tiempo.


Un día, Danel me contó que un niño de su clase que era hiperactivo y que había sido un desastre en los estudios había dado un cambio radical tanto en sus notas como en su actitud y comportamiento. A él le parecía un milagro y me dijo que le gustaría estar en el lugar de ese chico, cambiar, ir bien en los estudios y ser una persona diferente. Hablé con la madre de este chico, con Rosina Uriarte y fue ella quien me habló de las terapias alternativas: la TMR, el método Berard, la terapia visual, etc. Para nosotros fue ver un rayo de luz, y como todos los padres que queremos a nuestros hijos y que queremos lo mejor para ellos, nos dijimos que había que intentarlo.


Al principio es un acto de fe, un “si esto no funciona, al menos lo habremos intentado”. Era quemar el último cartucho. Empezamos yendo a un centro de psicopedagogía donde tenían experiencia con el método de terapia auditiva. Ana Madrigal, la pedagoga que lleva este centro, le hizo un análisis exhaustivo durante toda una mañana en el que se confirmó una vez más que el niño tenía altas capacidades intelectuales, pero también tenía problemas auditivos, problemas visuales, de movimiento y de memoria. Sin más dilación, Ana madrigal y el optometrista Juan Portela se pusieron manos a la obra al mismo tiempo. Danel hizo el método Berard, siguió con la terapia visual y de memoria y al mismo tiempo hacíamos la TMR.


La experiencia ha sido reveladora: desde poco tiempo después de empezar con la TMR, vimos los primeros síntomas de mejora en el carácter y en la relación con nosotros y con el entorno. Parecía un niño diferente, más pausado, más reflexivo, más maduro. Con el tiempo, tras concluir la terapia auditiva, se notaron aún más los beneficios en todos los aspectos, incluido el de los estudios: empezó el curso con ganas, con interés, decía que oía mejor, que se enteraba por primera vez en su vida, que estaba más contento y animado. Sus notas han empezado a mejorar claramente y la relación con nosotros también. El último cartucho está dando resultados sumamente positivos. Yo no puedo decir qué es lo que mejor ha funcionado; todo ha funcionado y lo mejor de todo es que él lo reconoce y dice de sí mismo que es una nueva persona, que se siente diferente, mejor, con más ganas.


¿Son un milagro las terapias alternativas? Un milagro no, pero se le parece bastante. Siempre te queda la duda de si esto se prolongará en el tiempo, si es definitivo, pero para esto también hay que tener esperanzas porque se trabaja con el cerebro, enseñándolo, entrenándolo, para que adquiera unos hábitos que no tenía; y esta gimnasia, según los expertos, es definitiva y yo también lo creo.

Sólo deseo que mi testimonio sirva para que muchos padres que se hallen en una situación parecida a la mía se animen a probar con estas terapias, porque realmente dan resultado.

Idoia Lasagabaster (Castro Urdiales, Cantabria)